Edgar Navarrete, gerente general de la empresa avícola Avirico, y presidente de la Corporación Nacional de Avicultores (Conave), con motivo de los 30 años de su empresa, hizo un recorrido en el tiempo sobre el inicio y crecimiento de la actividad.
Hace tres décadas comenzó la historia de Avirico Cía. Ltda., empresa productora de Huevo Selecto. En 1965, Laura Torres, madre de los actuales accionistas, comenzó con la actividad con 200 gallinas, que fueron criadas en un corral y que con el tiempo fueron aumentando de número.
En 1952, de la empresa, Carlos Camacho importó desde EE.UU. un mil 200 aves Leghorn (raza originaria de la Toscana, en el centro de Italia, que luego se exportó a América del Norte) que fueron ubicadas en el barrio Alchipichí, en el cantón Puéllaro, específicamente en la hacienda de la familia Camacho.
Fueron criadas con la tecnología de aquel entonces: una caseta en medio del corral, para que duerman y pongan los huevos; los comederos eran de madera y los bebederos recipientes comunes; la alimentación no era controlada, aunque ya ingerían una especie de balanceado.
En los años 90, la actividad pasó a los hijos de Laura Torres. Actualmente, la empresa tiene 170 mil gallinas ponedoras, que cada día producen 130 mil huevos.
Edgar Navarrete, gerente general de Avirico, destacó que desde el inicio, el objetivo principal fue producir huevos de calidad, para alimentar a la población con una excelente proteína.
Muchos cambios se produjeron en 30 años: las instalaciones fueron transformándose según la época. Las aves crecían libremente; después en corrales y posteriormente en jaulas. Los comedores, al principio, fueron lineales de cemento y se limpiaban de forma rústica.
El agua no era tratada. Luego, llegaron los bebedores automáticos, que ayudaron en el ámbito sanitario. También, los nidales eran construidos con madera y en la base se colocaba viruta, para evitar que los huevos se rompan. Ahora existen instalaciones modernas. Los galpones son automáticos, donde los empleados no tienen contacto con los animales ni con los huevos, para evitar cualquier tipo de contaminación.
En la actividad fundamental de la nutrición a las aves, no existía un control en la alimentación y estas consumían hasta 150 gramos por cada ejemplar. Con el cambio de genética, el ave ahora come menos, es pequeña, pero es más rentable.
Entre los años 65 y 70, las gallinas ponían alrededor de 150 huevos por año. Actualmente llegan a 310 y 320 huevos en 52 semanas de producción, y a 380, en 82 semanas.
Ahora los equipos de alimentación son de última generación y la alimentación es automática; es decir, la gallina come lo que su organismo necesita y con los nutrientes necesarios. De esta forma, se evita el desperdicio de alimento, el ave crece saludable y rinde mejor.
El período de puesta también cambió. Anteriormente, desde el primer día de vida hasta que se vendían, transcurrían 60 semanas y en la actualidad son 80 y hasta 90 semanas sin ningún tratamiento extra. Con el ‘replume’ (proceso por el que se induce la caída de plumas y el reinicio de la producción de huevos) se llega a 115 semanas de vida activa.
En el caso de las enfermedades existía el Newcastle y la pepa (viruela húmeda), pero con la agrupación de las aves aparecieron otras patologías virales y bacterianas. Actualmente este aspecto es el de mayor preocupación de los avicultores: todas las semanas se aplican vacunas para garantizar el bienestar del ave.
La comercialización tuvo variaciones. Cuando empezó la actividad en granjas grandes, el negocio de la avicultura era excelente, pero la excesiva oferta disminuyó los márgenes de utilidad. Además, los precios elevados de la materia prima, perjudican la, economía de los avicultores.
“Estamos dependiendo de la producción nacional. Tenemos un maíz sobrevalorado en relación al producto internacional, lo que afecta la competitividad, especialmente con los países vecinos que ingresan sus productos de contrabando”, dijo Navarrete.