Foto: Marcelo Núñez Cabrera.
Jorge Josse Moncayo
- Director Ejecutivo de Aprobal
Todo apunta a que este Gobierno conduce al país hacia nuevas aguas en la búsqueda de insertarlo en la corriente de aperturismo comercial en la que navegan los países socios de la Alianza del Pacífico.
Después de haber transitado por una década con un Gobierno opuesto a los tratados comerciales, se observa con optimismo el nuevo panorama. Debemos, sin embargo, ser muy cautelosos y conscientes de las debilidades que padecemos y que, en muchas áreas, nos mantiene aún en franca desventaja frente a los otros países competidores. Nuestros sectores agroalimentario y manufacturero, de los que dependen directamente al menos un 30% de la población, deben ser precautelados con especial esmero.
Las directrices que ha dado el Presidente Trump a sus negociadores son muy claras: no aceptar concesiones ni excepciones. Las negociaciones se hacen para ganar y ganar. No podemos dirigirnos a la mesa de negociación sin un plan muy bien delineado que priorice el conocimiento de, con qué productos, vamos a responder a la "inundación" de importaciones que se van a venir.
Si las condiciones de estos tratados no contemplan excepciones, facilidades, cupos de importación con límites definidos y progresivos, o no satisfacen las condiciones mínimas necesarias para que nuestros sectores agroalimentarios y manufactureros puedan sobrevivir y mejorar, no debemos firmar.
Las carteras de Estado, responsables de estos temas, deben evaluar y determinar estas condiciones mínimas y trazar un minucioso plan de respuesta que nos permita, no solo mejorar nuestra balanza comercial sino, como un objetivo principal y prioritario, aumentar el empleo.
Se debe considerar que una mala negociación nos acarrearía graves problemas financieros a nivel macro, como por ejemplo prescindir de la dolarización. Ecuador no tiene la posibilidad de devaluar la moneda, como ocurre con nuestros competidores, ni contamos con los niveles tecnológicos, financiamiento y economías de escala con que cuentan, fundamentalmente, EE.UU. y México.
Los tratados comerciales de este tipo, que abarcan varios países y que conllevan una gran apertura, no son necesariamente la panacea. Lo que ha sucedido con la balanza comercial de EE.UU. en los últimos diez años es el mejor ejemplo.
Las implicaciones que tiene la Alianza del Pacífico y/o un TLC con Estados Unidos, respecto de la actividad agrícola y agropecuaria, son muy serias. Significan un incremento inmediato de insumos, equipo, maquinaria y materia prima para los sectores agrícolas y ganaderos.
Si bien es una buena noticia que Aphis haya permitido el ingreso a EE.UU. de productos agrícolas como tomate de árbol, uvillas, pitahayas y algunas frutas más, estas exportaciones no van a generar muchos millones anuales, nada que se compare, ni remotamente, con los volúmenes y valores del maíz, pollo y cerdo que podrían ingresar legalmente a territorio ecuatoriano.
Con estas alianzas comerciales, nuestros productos estrella -que ya se exportan-, como camarón, banano, cacao y pescado, lo que se lograría es eliminar los aranceles que pagan, lo cual no es suficiente. Sus potenciales incrementos no pueden ser sino marginales.
Necesitamos saber dónde y en qué rubros de exportación va a estar nuestra fortaleza.