Isidro Molfesse
Empresario avícola con gran experiencia en docencia e investigación, asesoramiento avícola en sanidad y producción.
Médico veterinario por la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA).
Desarrolló la actividad gremial empresarial entre 1973 y 2017.
Estuvo vinculado a CAPIA como vicepresidente, director, miembro del Comité Científico y delegado ante la Asociación Latinoamericana de Avicultura (ALA), siendo su Director Ejecutivo entre 2001 y 2017.
Fue Observador por ALA al Codex Alimentarius y coordinador del Comité Interamericano de Sanidad Avícol CISA.
Actualmente es Codirector de las Jornadas Avícolas, medio informativo internacional con sede en Argentina.
Ahora que la influenza aviar recorre el mundo, es indispensable considerar seriamente su presencia al momento de tomar decisiones.
Esta enfermedad afecta la actividad avícola en tres niveles. En el primero, y creo el más importante, porque tiene relación con el incremento de los costos de producción; el segundo por todo lo que representan las pérdidas de animales debido a mortalidades y gastos en medicaciones; y, el tercero, directamente, en la eliminación de lotes enteros por el sacrificio sanitario.
Conocemos las consecuencias que afectan a los EE.UU. y varios países de la Unión Europea con la eliminación de decenas de millones de aves, mientras se trata de erradicar la enfermedad ante la falta de un control efectivo.
Está también la afectación causada por el cierre de los mercados para los países exportadores, donde la mitigación del riesgo por medio del empleo de vacunas, no libera los mercados.
El tercer punto está relacionado con el aspecto zoonótico de la enfermedad. Si bien los casos en el mundo son muy escasos, eso no quiere decir que no exista el peligro con los riesgos correspondientes.
La situación que se podría ver como favorable es que no se trata de una ETA (Enfermedad Transmitida por los Alimentos). El tratamiento térmico al que son sometidos el pollo y el huevo, así como el hecho de que los receptores del virus no estén en el aparato digestivo- hace que nuestros alimentos resulten inocuos.
Lamentablemente no se logra unificar criterios respecto a la aplicación de vacunas para que se pueda abrir el comercio y que esta enfermedad no sea un obstáculo técnico en la comercialización.
Este será un tema muy importante que se abordará, con toda seguridad, en la próxima Asamblea Anual de Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA), prevista para este mes de mayo y en la que los delegados de nuestros países deberán presentar sus posiciones al respecto.
Tenemos consecuencias regionales, porque en general ha subido el valor sobre todo del huevo, por las dificultades en la oferta o la demanda externa, como es el caso de Brasil.
Hay baja en la producción, no solamente como efecto del menor rendimiento de aves enfermas, sino por el sacrificio sanitario. En general, los países toman medidas tendientes a la erradicación y por ahora no se orienta el control, aunque hay países de la región que ya mencionan a los bancos de vacunas o ya las han encargado.
La pérdida de mercados de exportación de productos avícolas es la consecuencia lógica, ya que los países, directamente, suspenden los embarques.
Los consumidores, lamentablemente, sufrirán las secuelas de esta enfermedad, por el aumento de los precios, debido a una disminución de la oferta. Pero, el consumidor puede estar tranquilo: la enfermedad no se transmite por los alimentos.
Estos productos, y sobre todo el huevo, debieran ser aportes nutricionales, fundamentalmente, para sectores vulnerables. Así contribuirían a evitar o disminuir la desnutrición infantil con sus consecuencias posteriores.
Como la mayoría de los países de la región no está en el mercado internacional creo que la tendencia será mitigar el riesgo por medio de las vacunaciones. Y como existen vacunas efectivas, que siguen los lineamientos del bienestar animal, se evitará el sacrificio sanitario.