La interacción de la genética y el ambiente controla la expresión de las características de los cultivos; la mejora genética beneficia la producción.
La interacción de la genética y el ambiente controla la expresión de las características de los cultivos; la mejora genética beneficia la producción.
El presente artículo emplea este hilo conductor para visualizar como surgieron los actuales sistemas de producción de cacao, desde la perspectiva histórica, científica, técnica y económica.
Según evidencia científica reciente hace 5000 años los nativos que poblaban lo que hoy es el sur del Oriente ecuatoriano utilizaron el cacao con fines ceremoniales.
El ADN de árboles silvestres en esta zona revela una conexión genética con árboles de nuestras huertas tradicionales, este cultivo es el ancestro del cacao que los españoles avistaron en nuestras costas en el siglo XVI.
Al parecer los nativos transportaron mazorcas a la región costera como parte de intercambios comerciales. Las primeras exportaciones de cacao al continente europeo en el siglo XVII, se nutrieron de la cosecha de árboles apiñados (almacigales) en la zona del golfo Guayaquil y más al norte, el Cacao Nacional.
En el siglo XVIII, el creciente consumo de chocolate en Europa aumentó la demanda, y fomentó la siembra de cacao en los bancos de ríos, aguas arriba; por ello nace la expresión “cacao arriba”.
El último cuarto del siglo XIX se produjo un boom cacaotero y la introducción de cacao trinitario desde Venezuela; este producto provino del cruce natural entre cacaos Criollo y Bajo Amazónico (o Forastero) en la isla de Trinidad.
El cacao trinitario es más resistente a condiciones ambientales menos favorables (suelos con menor fertilidad y/o afectados por restricciones de humedad), en terrenos de pendiente y lomas. Este cacao se cruzó espontáneamente con el Cacao Nacional y surgió la variedad Nacional por Trinitario.
La aparición y el avance de las enfermedades (Moniliasis y Escoba de Bruja) destruyó la cosecha cacaotera de los años 20’s y 30’s; de 50 mil toneladas al inicio del siglo XX, la producción se desplomó a diez mil toneladas, en su punto más bajo.
La caída de la demanda por la depresión económica en EE.UU. y la primera Guerra Mundial agravó la crisis; las huertas dejaron de recibir mantenimiento y en muchos casos se abandonaron. Productores que observaron árboles con baja incidencia de enfermedades, sembraron las semillas esperando que las nuevas plantas no se enfermen, pero igual se enfermaron.